LA ZORRA Y LAS UVAS
Doña Sonia, señora muy considerada en la comarca, cultivaba en un huerto una frondosa y hermosa parra, cuyos racimos, grandes y maduros, despertaban el apetito de quienes, al pasar, los contemplaban.
Una zorra hambrienta, después de caminar mucho tiempo buscando algo con qué saciar su voraz apetito, pasó casualmente por el huerto, Y, claro está, las suculentas uvas, grandes, lustrosas y jugosas, sobresaltaron su ya desfallecido estómago.
Y al contemplar con ansias los espléndidos racimos colgados de la parra, quiso cogerlos con su hocico.
Pero, por más que se afanaba en sus saltos y esfuerzos, no pudo coger siquiera uno de ellos.
Luego de varios intentos vanos, se alejó diciendo:
- ¡Ni me agradan! ¡Qué verdes están!
'El menosprecio no justifica el no poder obtener una cosa'
LA SERPIENTE Y LA COMADREJA
Desde hace mucho tiempo, la Serpiente y la Comadreja son irrefutables enemigas, y ambas tienen una sola cosa en común, su comida predilecta son los Ratones. Un día, en el interior de una vieja casona donde habían muchos Ratones, se encontraron estas enemigas que llegaron ahí por el mismo propósito. Muy molestas ambas, se preparaban para luchar entre ellas para ver quien se quedaba con todos los Ratones. Un Ratón que vio a las rivales, dijo a sus hermanos: "¡Hermanos míos! ¡nuestros enemigos se van a destruir entre ellos! ¡Salgamos y sigamos tranquilamente con nuestras cosas!" Los Ratones al ver a las enemigas en lo suyo, decidieron salir y continuar con sus quehaceres, sin embargo, a Serpiente y la Comadreja al verlos salir se dijeron:"Estamos peleando tontamente y ellos felices. No desperdiciemos esta oportunidad y dejemos de pelear. "Dicho y hecho, las enemigas olvidaron su rivalidad y emprendieron en búsqueda de su festín. Al poco rato, los ratones que dejaron sus huecos, pasaron a los estómagos de sus depredadores.
Moraleja
A la ocasión venida,
aprovéchala enseguida.
LA CIGARRA Y LA HORMIGA
El invierno sería largo y frío. Nadie sabía mejor que la hormiga lo mucho que se había afanado durante todo el otoño, acarreando arena y trozos de ramitas de aquí y de allá. Había excavado dos dormitorios y una cocina flamantes, para que le sirvieran de casa y, desde luego, almacenado suficiente alimento para que le durase hasta la primavera. Era, probablemente, el trabajador más activo de los once hormigueros que constituían la vecindad. Se dedicaba aún con ahínco a esa tarea cuando, en las últimas horas de una tarde de otoño, una aterida cigarra, que parecía morirse de hambre, se acercó renqueando y pidió un bocado. Estaba tan flaca y débil que, desde hacía varios días, sólo podía dar saltos de un par de centímetros. La hormiga a duras penas logró oír su trémula voz. ¡Habla! -dijo la hormiga-. ¿No ves que estoy ocupada? Hoy sólo he trabajado quince horas y no tengo tiempo que perder.
Escupió sobre sus patas delanteras, se las restregó y alzó un grano de trigo que pesaba el doble que ella. Luego, mientras la cigarra se recostaba débilmente contra una hoja seca, la hormiga se fue de prisa con su carga. Pero volvió en un abrir y cerrar de ojos. ¿Qué dijiste? -preguntó nuevamente, tirando de otra carga-. Habla más fuerte. -Dije que… ¡Dame cualquier cosa que te sobre! -rogó la cigarra-. Un bocado de trigo, un poquito de cebada. Me muero de hambre. Esta vez la hormiga cesó en su tarea y, descansando por un momento, se secó el sudor que le caía de la frente. ¿Qué hiciste durante todo el verano, mientras ye trabajaba? -preguntó. Oh… No vayas a creer ni por un momento que estuve ociosa -dijo la cigarra, tosiendo-. Estuve cantando sin cesar. ¡Todos los días! La hormiga se lanzó como una flecha hacia otro grano de trigo y se lo cargó al hombro.
Conque cantaste todo el verano -repitió-. ¿Sabes qué puedes hacer? Los consumidos ojos de la cigarra se iluminaron. No -dijo con aire esperanzado-. ¿Qué? Por lo que a mí se refiere, puedes bailar todo el invierno -replicó la hormiga. Y se fue hacia el hormiguero más próximo…, a llevar otra carga
Escupió sobre sus patas delanteras, se las restregó y alzó un grano de trigo que pesaba el doble que ella. Luego, mientras la cigarra se recostaba débilmente contra una hoja seca, la hormiga se fue de prisa con su carga. Pero volvió en un abrir y cerrar de ojos. ¿Qué dijiste? -preguntó nuevamente, tirando de otra carga-. Habla más fuerte. -Dije que… ¡Dame cualquier cosa que te sobre! -rogó la cigarra-. Un bocado de trigo, un poquito de cebada. Me muero de hambre. Esta vez la hormiga cesó en su tarea y, descansando por un momento, se secó el sudor que le caía de la frente. ¿Qué hiciste durante todo el verano, mientras ye trabajaba? -preguntó. Oh… No vayas a creer ni por un momento que estuve ociosa -dijo la cigarra, tosiendo-. Estuve cantando sin cesar. ¡Todos los días! La hormiga se lanzó como una flecha hacia otro grano de trigo y se lo cargó al hombro.
Conque cantaste todo el verano -repitió-. ¿Sabes qué puedes hacer? Los consumidos ojos de la cigarra se iluminaron. No -dijo con aire esperanzado-. ¿Qué? Por lo que a mí se refiere, puedes bailar todo el invierno -replicó la hormiga. Y se fue hacia el hormiguero más próximo…, a llevar otra carga
MICHIN EL GATO BANDIDO
TOMADO DE
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LA LIEBRE Y LA TORTUGA
En el mundo de los animales vivía
una liebre muy orgullosa, porque ante todos decía que era la más veloz. Por
eso, constantemente se reía de la lenta tortuga.-¡Miren la tortuga! ¡Eh,
tortuga, no corras tanto que te vas a cansar de ir tan de prisa! -decía la
liebre riéndose de la tortuga.
Un día, conversando entre ellas,
a la tortuga se le ocurrió de pronto hacerle una rara apuesta a la liebre.
-Estoy segura de poder ganarte
una carrera -le dijo. -¿A mí? -preguntó, asombrada, la
liebre.-Pues sí, a ti. Pongamos nuestra
apuesta en aquella piedra y veamos quién gana la carrera.
Luego, empezó a correr, corría
veloz como el viento mientras la tortuga iba despacio, pero, eso sí, sin parar.
Enseguida, la liebre se adelantó muchísimo. Se detuvo al lado del camino y se
sentó a descansar.
Cuando la tortuga pasó por su
lado, la liebre aprovechó para burlarse de ella una vez más. Le dejó ventaja y
nuevamente emprendió su veloz marcha.
Varias veces repitió lo mismo,
pero, a pesar de sus risas, la tortuga siguió caminando sin detenerse. Confiada
en su velocidad, la liebre se tumbó bajo un árbol y ahí se quedó dormida.
Mientras tanto, pasito a pasito,
y tan ligero como pudo, la tortuga siguió su camino hasta llegar a la meta.
Cuando la liebre se despertó, corrió con todas sus fuerzas pero ya era
demasiado tarde, la tortuga había ganado la carrera.
Aquel día fue muy triste para la
liebre y aprendió una lección que no olvidaría jamás: No hay que burlarse jamás
de los demás. También de esto debemos aprender que la pereza y el exceso de
confianza pueden hacernos no alcanzar nuestros objetivos
https://www.google.com.co/search?q=la+liebre+y+la+tortuga+letra&es_sm=93&tbm=vid&source=lnms&sa=X&ei=ZGlxU82QJeal8gHFzICgCg&ved=0CAkQ_AUoAg&biw=1242&bih=585&dpr=1.1
EL PASTORCITO MENTIROSO
Había una vez un joven pastor que vivía en una aldea muy tranquila. El joven, que no tenía familia, tenía la fea costumbre de decir mentiras.
Una vez el joven pastor, cuando estaba cerca la villa, alarmó a los habitantes tres o cuatro veces gritando
-¡El lobo, el lobo!
Pero cuando los vecinos llegaban a ayudarle, los campesinos encontraron al pastorcito revolcándose en el pasto muerto de la risa.
Días después el pastorcito gritó: ¡El lobo, el lobo!.
Nuevamente los pastores salieron de sus casas para perseguir al animal pero en vez del animal se encontraron con el pastorcito que otra vez se burlaba de sus buenas intenciones,
Sin embargo, semanas después un grande y feo lobo llegó a la villa y comenzó a atacar a las ovejas del pastorcito, quien, lleno de miedo, gritaba:
- Por favor, vengan y ayúdenme; el lobo está matando a las ovejas.
Pero ya nadie puso atención a sus gritos, y mucho menos pensar en acudir a auxiliarlo. Y el lobo, viendo que no había razón para temer mal alguno, hirió y destrozó a su antojo todo el rebaño.
La moraleja es que al mentiroso nunca se le cree, aun cuando diga la verdad
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